No quiero que esto sea un artículo más con información que podemos encontrar nada más poner duelo en Google. Quiero y espero que sea sincero, desde luego, está escrito desde el dolor.
Me centraré en fallecimiento y, aunque esta es la mayor pérdida que sufrimos como seres humanos, no podemos olvidar otras menores (aunque esto debería ir entrecomillas) que padecemos a lo largo de nuestro trayecto vital desde que nacemos (cambios en adolescencia, cambio de domicilio o trabajo, etc.)
Lógicamente he vivido muchas de estas pérdidas que nos imaginamos pero nunca pensé que pudiera sentir ese dolor cuando sucedió y, llamadme tremendista, sobrevivir a él. Miles de veces lo había podido imaginar, porque al igual que muchos de los familiares que estáis leyendo estas palabras, para mí también era anunciada pero que llegase y sentir ese profundo e indescriptible dolor nunca se me pasó por la cabeza. Y no es sólo el fin, si no lo que rodea el fin. ¿Sufrirá? ¿Se dará cuenta? ¿Podré acompañarle/la?, etc. Son infinitas las cuestiones que nos podemos hacer llegado el momento.
Y una vez que esto ocurre y pasado el tiempo…esa palabra que hace que todo tenga solución pero que realmente no es la panacea… ¿Qué hacemos? ¿Con quién lo compartimos? ¿Somos capaces de desahogarnos después del “tiempo de rigor”? Normalmente nos quedamos con nuestra culpa, frustración, rabia, desconsuelo, agonía, desmotivación,…porque la sociedad no ha aprendido a que estos sentimientos también son parte de nuestras vivencias y si los compartimos solemos poner en tensión e incómodos al que tenemos al lado. Entonces es cuando callamos por no molestar, por no encontrarnos con comentarios que nos harían sentirnos peor o no comprendidos (¿aún estás así?, lo que tienes que hacer es…, etc), por no explotarle la burbuja a esa sociedad que busca continuamente el placer y bienestar.
No podemos ocultar esa realidad. Las futuras generaciones deben conocerlas, expresarlas y no tapar sus miedos porque será la única forma en la que podrán generar herramientas y recursos para gestionarlas y adaptarse a ellas. En un país donde el índice de suicidio está aumentando al igual que los trastornos mentales en infancia y adolescencia esto es verdaderamente importante.
Y para terminar permitidme ponerme en versión libro. Para aquellos que lo estáis pasando, no abandonaros, sentidlos presentes (cada día los haréis más vuestros que nunca), acompañaros de los que os quieren, buscad ese espacio de desahogo y paz, y sobre todo, perdonaros para poder seguir creciendo y avanzando. Y para los que estéis al otro lado, respetad ese espacio sin olvidar que hay que estar ahí, sin abusar de lo que decir que nos incomoda, solo estando apoyaréis a quién lo necesita.
“Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”
(Mario Benedetti)